Texto y fotos: Nataly Cárdenas
Cuántos kilómetros recorrerían Los Caligaris por dar el espectáculo más feliz del mundo? Hay siete mil 126 kilómetros entre Córdoba, Argentina, de donde son ellos y San Luis Potosí, donde ofrecieron el último show de su gira.
Ver a tantos niños en el concierto de una banda con 28 años de historia deja en claro que el amor por la música se transmite por generaciones y que el recuerdo de escuchar tocar a tu banda favorita en los hombros de tu padre es algo que se atesora toda la vida, algo que se convierte en una razón para tener una familia propia con la cual hacer lo mismo.
Desde antes que llegara la banda, el público ya sabía para qué estaba ahí. No importaron las horas de espera, el sol ni el cansancio; la gente llena de energía solo quería sentir, bailar, soltar y compartirlo todo; eso se reflejó perfecto cuando “Los Pacha con Stylo” llegaron; una banda local que tal vez no todos conocían, pero que rápido todos amaron.
Las manos de arriba-abajo son lo más característico del reggae y el público las mantuvo así toda la presentación, porque nadie necesita guardar energía en un momento así y como cantaron los locales: “No pueden escapar, este ritmo es circular”.
Nadie sabe quién estaba más ansioso, si los niños preguntando cada dos minutos: “¿Ya vienen?”, el chico que esperó por días el concierto para pedir noviazgo.
Desde que sonó la trompeta de “Todos locos” el público le fue fiel a la letra, con la plaza de Aranzazú llena incluso hasta sus alrededores había que tener cuidado, porque esa primera canción era una advertencia… “No somos muchos, no somos pocos, pero estamos todos locos”.
El baile, en palabras de muchos, es el mejor ritual para deshacerse de todo lo malo que carga el cuerpo y tal vez eso es lo que los asistentes deseaban porque nunca, nadie paró ¿Cómo hacerlo? Si entre Los Caligaris y San Luis, hubo mucho más que sólo química. El alcohol sirvió para brindar, para olvidar y para quienes viajaron de otras ciudades para esa noche, porque perdérsela tal vez significaría morir de pena como el cachorrito de “Añejo W”.
“Quereme así” sonó aún más fuerte que las anteriores porque no sólo fue repetir la letra, también fue el momento para aceptar que no siempre se trata de hacerlo todo bien, solo importa querer y ser querido, aun siendo un ejemplo del desastre.
El Divo de Juárez también hizo acto de presencia a través de la voz de quienes llenaron la plaza, porque en la música no hay fronteras, entonces: ¿Qué necesidad de tener que escoger un solo género?
La ciudad se convirtió en esa linda razón por la que prometieron volver, quizá fue gracias a Diana, la fan que se convirtió en la integrante número 13 de la banda y al subir a cantar al escenario demostró que los potosinos también saben de rock argentino; o pudo ser el cartel de los enamorados que se casaron por Los caligaris.
Al final, no todos entenderían cuántos kilómetros han recorrido los fans por ellos, ni cuánto tiempo esperarán esos niños para, un día, convertirse en aquellos padres que carguen a su hijos en el concierto de su banda favorita.