Por: Nataly Cárdenas
Desde que el camión de la ruta 8 arribó al panteón Españita, la vibrante esencia del Día de Muertos se sintió en el aire. Al llegar a esa parada, la unidad de transporte público se vació; todos los pasajeros estaban allí con un mismo propósito: visitar a sus seres queridos.
El atardecer no era común; el cielo nublado combinaba con la esencia de la noche. El aroma inconfundible del cempasúchil y el copal impregnó el ambiente y creó una atmósfera especial. Al entrar al panteón, la música de Luis Miguel sonaba a través de las bocinas, dando la bienvenida a los asistentes, mientras que más adelante resonaba la alegre melodía de Cepillín, dedicada especialmente a las tumbas de los niños.
Las lápidas estaban adornadas con cerveza, refrescos y pan de muerto, rodeadas por familiares y amigos que habían amado en vida a a quienes ahora en muerte esperan que los visiten. La presencia de estos seres queridos es palpable para muchos, quienes los sienten cerca todo el año, pero es en este día de noviembre cuando la visita se transforma en una auténtica celebración. Las ofrendas se convierten en un festín, donde comida y bebida son compartidas en un banquete que honra la memoria de los difuntos.
Cada año, los vivos se convierten en amigos de aquellos que, aunque no son de su sangre, están dispuestos a ayudar en el panteón, quienes traen agua para ayudar a regar las tumbas de quienes no conocen, o aquellos que comparten un pan para quien le falta. En el panteón, las familias que no se conocen entre sí se unen con la música que envuelve el lugar. Incluso los difuntos que ya no tienen un visitante, que han quedado olvidados en la memoria de sus seres queridos, reciben el homenaje silencioso de una flor de cempasúchil que alguien, sin conocer su historia, ha dejado sobre su tumba.
Con el inicio de la noche, el panteón empieza a vaciarse. A pesar de que muchos quisieran quedarse un poco más, la vida fuera de sus muros los llama. Dejan las tumbas de sus difuntos llenas de todo aquello que amaron en vida, con la esperanza de que, durante esta noche mágica, sus seres queridos disfruten del festín que se les ha preparado. Así, el panteón se transforma en un lugar de celebración, un espacio donde la nostalgia y el amor se unen para recordar que la muerte no es el final, sino una continuación de los lazos que nos unen.